Supervénus. Frédérick Doazan, Arte TV.
Un
día cualquiera a esa hora cualquiera en la que, como de costumbre, buscas
trabajo buceando en cualquier medio, abres el periódico. Y entonces te lo
encuentras. Voilà : entre un adjetivo y un adverbio de modo se esconde
el antídoto que estabas esperando: “Estrategias para rejuvenecer: el bótox
es un pequeño pinchazo totalmente soportable”. Mientras que el cerebro te
impulsa a seguir leyendo, tu mirada se queda prendida en ese adverbio.
“Totalmente” es la clave – Piensas. Los pinchazos que te da la vida se pueden
soportar más, o pueden soportarse menos. Pero cuando no pesan nada, uno se tira
a la piscina sin pensarlo. Al fin y al cabo, si a la “grasa” le lipo-succionamos
la “r”, se queda en una fina y estilizada gasa que pasearía con orgullo su
fibroso esqueleto.
Puedes vivir sin
arrugas, pero es imposible vivir sin grasa. En el periódico lo saben bien: no
es lo mismo tragarse una pastilla a secas y que te irrite la garganta que
tomársela con agua. Podrían, por ejemplo, vender pastillas de adverbios para hacer
llegar el marketing al más amplio público posible. Así las de adverbios de
lugar, serían verdes y para pasear, (allí, acá, enfrente, lejos) por la playa y
fiestas públicas. E incluso con olor a mar (o a noticia de sucesos). Las de
adverbios de modo (tranquila y ricamente), que sean fibrosas, recias, azules. Y
las de tiempo serán rojas, urgentes. Del tiempo presente del hoy, y de la
previsión del mañana para tomarlas siempre ahora.
Y
para ayudar a tragar, no hay nada como un gran vaso de la mejor agua del grifo
anunciada por la tele, que suele ser superior. El adverbio te alienta a
hacerlo, pero el adjetivo, “soportable” te da un bálsamo contra el miedo, un Lexatin
contra la duda. En este caso, el adverbio ha cumplido su función mitigadora
de la presión social, patrocinando la estupidez.
Como complemento alimenticio, un laxante social: el Botox, que como la misma noticia advierte, serviría incluso para el dolor de cabeza. Con una inyección cada tres meses, olvídese de quebraderos causados por el “y esta noche, ¿qué me pongo?” y otras dudas existenciales. Entonces el Botox se convierte en “Brotox”, un parche por el que se escapan a borbotones las vísceras podridas de la psique, de tu mente; un grifo del que brota una anestesia mental, junto con humores y líquidos de naturaleza sospechosa que ayudarán a somatizar tu ansiedad en la digestión.
Pero
volviendo al diario, el siguiente párrafo del reportaje, advierte de las
consecuencias: “(…) pero deja un aire paralizante muy poco natural si se
inyecta mal o se abusa”. Tras este aviso parece que te quedas más
tranquilo. Hasta que al cerrar el periódico te viene el típico olor putrefacto
y dulzón que desprenden las noticias amarillistas. Impulsada por tu diafragma,
una arcada da visos de querer asomarse a ver la noticia.
¡Ay,
qué ardor! – Y te vas a la farmacia en busca de una píldora contra el reflujo
gástrico.