31 diciembre 2010

Veloces y crujientes invasoras

No me gusta estar a oscuras en la cocina. Así que enciendo la luz del pasillo, miro a ambos lados de la puerta y entro. Nada por aquí. Examino el suelo, miro la encimera, procuro no abrir los armarios. Encuentro el vaso que estaba buscando. De espaldas a la puerta, abro el grifo. Pero mientras el vaso se llena, percibo una sombra veloz por el rabillo del ojo.

- ¡Zopenca, asquerosa, bicharraco vulgar! - 

Recórcholis, lo sabía. Así es como recibo yo en mi casa a estos insectos. Mi boca se convierte en una ametralladora que dispara sin parar a la cucaracha invasora. Las insulto, a la espera de que se sientan ofendidas y vuelvan por donde han venido. Pero mi insulticida no hace efecto. Desde que olí el nuevo spray de Cucal, ya no he vuelto a usarlo, pues por poco caigo muerta por inhalación de toxinas. Tampoco uso escobas ni zapatillas para matarlas. No seré yo la que retire la antena que se queda pegada a la suela. Afortunadamente, existen otros métodos.

He pegado cartelitos plastificados junto a cualquier resquicio por el que puedan colarse: "Prohibido invadir la cocina y cualquier lugar habitado por humanos". Si las cucarachas se aferran a las paredes, las ilustro con los peligros que corren: “Pena de cárcel por allanamiento de morada”, pone en el cartel. Ya que son tan avanzadas, seguro que han aprendido a leer. Lo mismo hasta hacen caso de la norma. Lo malo es que tendré que estar siempre vigilante.

Pero estos bichos crujientes de corte futurista están muy bien preparados para la supervivencia: aunque les aplastes la cabeza, son capaces de salir corriendo con el resto de su cuerpo. Yo, desde que descubrí esa interesante propiedad, las mato “a lanzamiento de cuchillo”. Y es divertidísimo. He de reconocer que al principio no acertaba ni una, me tiré un año apuñalando paredes, muebles, techos, rajando sofás, almohadas y cualquier enser pateado por mi repugnante amiga. Así que ahora, cuando voy a los dardos no fallo un solo tiro. ¡Todos al centro de la diana!

Gracias a un arduo y práctico entrenamiento (siempre con cucarachas reales, nada de plásticos) aprendí a lanzar el cuchillo con puntería. El que me alquila el piso me va a cobrar un pastón por la reparación del suelo, pero no me importa. Con estas técnicas conseguí despedazarlas por su mitad superior, cortarles la cabeza, arrancarles un ala y pisarles una antena. Me queda pendiente lograr partirlas en dos simétricos pedazos, pero es que las condenadas no paran de moverse.

Desde hace unos años, He cambiado. Ya no uso el cuchillo porque con pagar el alquiler tengo bastante, pero añoro aquellos tiempos de matanza cucarachil. Ahora, cuando encuentro alguna, la aplasto con mi “zapato amplificador”. En la suela le he colocado un pequeño micrófono: como no puedo disfrutar del metalizado sonido de los cuchillazos, por lo menos quiero seguir deleitándome con sus crujidos, observar su agonía inverosímil y recoger el liquidillo con el que lo dejan todo pringado cuando las aplasto.

Incluso las observo. Cuando me ven, se quedan muy quietas. Me desafían silenciosamente para indicarme que sienten mi presencia. Muchas veces las pillo saludándome con una sola antena, que agitan con mucha gracia. Luego, se van a toda prisa a sus quehaceres domésticos, a buscar comida, o qué se yo, a darse un baño en las alcantarillas.

Ahora estoy trabajando en el “alarido asesino”. En un par de meses, espero poder patentar este rápido método exterminador, que por ahora no me ha dado muy buenos resultados...

Pero volvamos a mi cocina. Hoy me ha tocado un bicho sibarita. La muy cuca está sentada sobre un trozo de queso. Nos enfrentamos cara a cara y mi corazón palpita a mil. Me temo que si le lanzo el agua de mi vaso, no morirá ahogada. Así que lo que ahogo es mi grito, y salgo corriendo a por un zapato.

¡Cracs! Una anaranjada cáscara yace en el suelo. Ha sonado demasiado. Lo malo es que esta noche es Nochevieja, y la gente come langostas, que en vez de antenas, tienen bigotes, también crujen al partirlas, y sueltan liquidillo…

Yo no como langostas, sólo gambas. Pero como las cucarachas y las gambas son primas lejanas, aprovecho para felicitaros la Navidad. ¡FELIZ AÑO NUEVO!