25 abril 2011

Choque vital

Salió disparada contra el parabrisas y en lugar de romperlo, mi vida rebotó en él, estrellándose en mi rostro.

Hay vidas que salen rebeldes. La mía la adquirí en un mercadillo de antigüedades, una tarde que salí a pasear porque no sabía qué hacer con mi cuerpo. Así que estaba acostumbrada al ajetreo. Nunca la he tratado mal, no me la he jugado. Pero dejé de usarla progresivamente, no pude soportar su ritmo. Aquel día tuvimos un conflicto de intereses y entré en el coche dando un portazo.

- ¡Estoy hasta las narices de ti! – Me dijo-. Quiero emociones fuertes-.

Perdí el control del volante. Que los enfados cortan la digestión, está científicamente demostrado, pero el prospecto de las rabietas no advierte de sus efectos secundarios para conducir. No tuve reflejos para esquivar el obstáculo, así que mi vida salió escupida, chocó contra el cristal y se estampó en mi cara, como un airbag incorpóreo. 

No recuerdo cuánto estuve en coma, pero conseguí salvar la vida. Desde entonces no me hablo con ella, pero procuro respetarla, ya que es capaz de largarse y dejarme muerta.