- Los viejos roqueros nunca mueren- dice la canción y la sabiduría popular. Y debe de ser cierto. A este guitarrista, que no ha parado de rodar por el mundo con su banda, se le pueden contar los años en las arrugas de la cara. Él, sin embargo, pretende burlar el paso del tiempo con unos tenis raídos y propios de un adolescente.
La muerte le vigila desde el anular de su mano derecha: tiene como anillo una calavera pesada y brillante. Y a su compañera de juergas - la droga- la mantiene presa con su peculiar pulsera de plata: una esclava que le recuerda las tres veces que ha estado en la cárcel por posesión de hachís, y con la que intenta esposarse a la vida.
Este viejo pirata, con arete en la oreja y pitillo en boca, aún utiliza calcetines turquesas. Su mirada desafiante y una estética rebelde, transmiten la energía de sus años de juventud. El rey de la guitarra se resiste a aburguesarse y conserva la sangre fría ante la vejez. Sólo así se explica que sea capaz de soportar el contacto diario con el metal que rodea su cuello y su muñeca.
Abandonó su amor por las drogas, pero aún flirtea con el tabaco. El humo del pitillo revolotea a su alrededor y se funde con las manchas de humedad de la pared de atrás.
Estamos ante un vividor de mirada insolente al que las estadísticas de la prensa daban por muerto hace muchos años. Sin embargo, aún le quedan fuerzas para pelearse con Mick Jagger y arrancarle a su guitarra acordes de rock and roll, mientras canta con una voz que imaginamos ronca y gastada.