À L. Lederlé
Dos es compañía, tres son
multitud. (Refranero popular)
Ella es guapa, con ese ideal de belleza clásica, a la vez dulce y helénica. Dentro, espera Él: da
pasos nerviosos en la pequeña sala e intenta concentrarse en las notas del
concierto. Con prisas, llega la Otra.
Y se la encuentra.
La Otra especula: debe ser Ella… Aunque no la esperaba: llegó por
sorpresa. Pregunta Ella cosas, responde –en su idioma- la Otra, pues Ella
conoce bien su lengua (la de Él) y el idioma de la Otra. Curiosa y atrevida,
Ella le interroga – ahora que están las dos – sobre Él: “¿Es buen profesor?” -
Se ríe y bromea. Pero ha paralizado a la Otra, quien la mira, congelada, e
intenta sonreír.
Tras los aplausos, Él sale al escenario. Su paso es ligero, firme,
flotante; espalda recta y movimientos de bailarín. Entra con su amplia sonrisa
ladeada, la cara morena, los labios gruesos. Saluda y se sienta. Y se pasa la
mano por el pelo, retirándose el mechón que le cae por la frente. Hoy no explica la obra, sólo la ejecuta. Durante
el concierto, Ella admira el talento del pianista. La Otra se muere por
acariciar sus ojeras.
Manos de pianista. Ágiles, intensas: la Otra piensa en el tópico, pero es
que Él es pianista. Calibran su fuerza en cada movimiento: son fuertes,
fibrosas. Él se acerca siempre de puntillas y medio arqueado hacia
atrás, como un bailarín de fox-trot. Golpea
las teclas con las mismas manos que ayer liaban un cigarrillo de manera
delicada y precisa, casi femenina. Ahora vuelan, veloces. Teclean
con furia. Desgarran. Fusilan.
Termina el concierto, aplauden, salen. Ella se aleja, disgustada, porque Él prometió algo que
no podrá cumplir. La Otra está cerca: escucha la discusión entre ellos, y se incomoda, divaga. Imagina. Él mantiene su argumento y se sale con la
suya. Ella les da la espalda y sale, enrabietada; pero Él no la mira. Ni
tampoco a la Otra. Atiende al público y va a lo suyo. No hay opción, pues Él no deja otra opción
posible. La Otra se la imaginaba morena, pero Ella es rubia, encantadora,
perfecta, y habla todos los idiomas.
La Otra sólo pensó que fueran “Ellos” en la intimidad de la sala de
piano. Pero aunque sean dos, Él y la Otra, nunca serán ellos. Ni aquellos. Son
tan solo dos; un positivo y un negativo que se atraen cuando se encuentran. Un
más y un menos en la aritmética vital. La otra quiso unirse con Él en un
“nosotros”, que Él la integrara en la sintaxis de su vida.
Ella se
aleja, y la Otra
lo retiene un momento –ahora está solo- y radiografía sus gestos
con la mente, se pierde en su mirada líquida y verdosa, calibra su allure, le muerde las palabras;
se a
ho
g
a.
Naufraga.
Gramaticalmente, Ella y Él son “ellos”. Ella y la Otra quizás
coincidieron una vez en el mismo párrafo de la historia, pero están separadas
por un punto final. La Otra sólo quiere volver… porque Él ha dicho que vuelve. Pero
Él pertenece a un mundo del que la Otra no tiene las llaves.
Ellos se van lejos, demasiado lejos. Pero no importa, pues nunca
estuvieron al alcance de la Otra, quien sabe
que nunca volverá a verlo. Aunque se mienta y se diga que sí. Él se irá tras
Ella. O con aquélla, quizás.
La otra se rompe: sus pedazos van cayendo a cada paso que da. Pero la
sola existencia de Él, la anima a seguir buscando. Para compartirlo con otro.
Con aquellos.
Con el Mundo.