19 julio 2015

Él, Ella y la Otra


À L. Lederlé 
Dos es compañía, tres son multitud. (Refranero popular) 

Ella es guapa, con ese ideal de belleza clásica, a la vez dulce y helénica. Dentro, espera Él: da pasos nerviosos en la pequeña sala e intenta concentrarse en las notas del concierto. Con prisas, llega la Otra. Y se la encuentra.

La Otra especula: debe ser Ella… Aunque no la esperaba: llegó por sorpresa. Pregunta Ella cosas, responde –en su idioma- la Otra, pues Ella conoce bien su lengua (la de Él) y el idioma de la Otra. Curiosa y atrevida, Ella le interroga – ahora que están las dos – sobre Él: “¿Es buen profesor?” - Se ríe y bromea. Pero ha paralizado a la Otra, quien la mira, congelada, e intenta sonreír.

Tras los aplausos, Él sale al escenario. Su paso es ligero, firme, flotante; espalda recta y movimientos de bailarín. Entra con su amplia sonrisa ladeada, la cara morena, los labios gruesos. Saluda y se sienta. Y se pasa la mano por el pelo, retirándose el mechón que le cae por la frente. Hoy no explica la obra, sólo la ejecuta. Durante el concierto, Ella admira el talento del pianista. La Otra se muere por acariciar sus ojeras.

Manos de pianista. Ágiles, intensas: la Otra piensa en el tópico, pero es que Él es pianista. Calibran su fuerza en cada movimiento: son fuertes, fibrosas. Él se acerca siempre de puntillas y medio arqueado hacia atrás, como un bailarín de fox-trot. Golpea las teclas con las mismas manos que ayer liaban un cigarrillo de manera delicada y precisa, casi femenina. Ahora vuelan, veloces. Teclean con furia. Desgarran. Fusilan. 

Termina el concierto, aplauden, salen. Ella se aleja, disgustada, porque Él prometió algo que no podrá cumplir. La Otra está cerca: escucha la discusión entre ellos, y se incomoda, divaga. Imagina. Él mantiene su argumento y se sale con la suya. Ella les da la espalda y sale, enrabietada; pero Él no la mira. Ni tampoco a la Otra. Atiende al público y va a lo suyo.  No hay opción, pues Él no deja otra opción posible. La Otra se la imaginaba morena, pero Ella es rubia, encantadora, perfecta, y habla todos los idiomas.

La Otra sólo pensó que fueran “Ellos” en la intimidad de la sala de piano. Pero aunque sean dos, Él y la Otra, nunca serán ellos. Ni aquellos. Son tan solo dos; un positivo y un negativo que se atraen cuando se encuentran. Un más y un menos en la aritmética vital. La otra quiso unirse con Él en un “nosotros”, que Él la integrara en la sintaxis de su vida. 

Ella se aleja, y la Otra lo retiene un momento –ahora está solo- y radiografía sus gestos con la mente, se pierde en su mirada líquida y verdosa, calibra su allure, le muerde las palabras;
se a
            ho
                   g
                          a.
Naufraga.

Gramaticalmente, Ella y Él son “ellos”. Ella y la Otra quizás coincidieron una vez en el mismo párrafo de la historia, pero están separadas por un punto final. La Otra sólo quiere volver… porque Él ha dicho que vuelve. Pero Él pertenece a un mundo del que la Otra no tiene las llaves.  

Ellos se van lejos, demasiado lejos. Pero no importa, pues nunca estuvieron al alcance de la Otra, quien sabe que nunca volverá a verlo. Aunque se mienta y se diga que sí. Él se irá tras Ella. O con aquélla, quizás.

La otra se rompe: sus pedazos van cayendo a cada paso que da. Pero la sola existencia de Él, la anima a seguir buscando. Para compartirlo con otro. Con aquellos.
Con el Mundo.

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